“Viendo el centurión que estaba
frente a El, la manera en que expiró, dijo: En verdad este hombre era Hijo de
Dios.” ( Marcos 15:39 )
No
encuentro mejor forma de comenzar esta humilde y escueta presentación, ya que,
cuando uno observa la portentosa imagen del Crucificado que tallara la gubia
del maestro Sánchez Mesa, lo que piensa precisamente es eso, que el Hijo de
Dios está expirando en Granada. La imagen es impactante y sobrecogedora, a la
vez que tierna y conmovedora. Está muriendo un hombre con apenas un paño
cubriendo su desnudez, clavado en un madero y para mayor sufrimiento y ofensa,
con una corona de espinas hiriendo su sien. No es sólo ese su dolor, pues ya
viene sufriendo desde Getsemaní, donde antes de ser entregado con un beso, sudó
sangre; fue repudiado por el pueblo, quién prefirió que liberaran a un asesino
antes que a Él; fue azotado, golpeado y humillado; e incluso cargó con su propia cruz cayendo
hasta 3 veces por no soportar su peso. A pesar de todo, de los golpes que han
marcado y mullido su cuerpo, de la sangre que tiñe de rojo sus heridas, del
dolor que apenas le deja fuerzas para respirar, Él sigue amándonos hasta el
límite de dar Su vida por nosotros. ¿Acaso eso no es gesto de nobleza y
grandeza? ¿Acaso cualquier persona llegaría a padecer tal tormento por algo
así? Eso sólo lo puede hacer el Hijo de Dios.
El
Santísimo Cristo de la Expiración se nos presenta cada Viernes Santo sobre su
imponente paso, ese apabullante altar en movimiento que a los pies del Señor
parece hasta insignificante, lo cual nos hace ver la magnitud de la obra. Esto
viene reforzado por esos eternos brazos de luz, que sin embargo apenas alcanzan
medio cuerpo de la imagen. Todo lo que rodea a nuestro Señor es grande, pero Él
lo es aún más, y no sólo hablo de lo material, de los tangible, no… no tengo
que decir nada más puesto que a buen entendedor sobran las palabras.
En
esta instantánea podemos observarlo en Su total plenitud, pudiendo analizar su
perfecta anatomía, la cual se mantiene fuerte a pesar de los numerosos cortes y
hematomas que presenta. No es necesario que su cuerpo esté colmado de regueros
de sangre para reproducir la crudeza de ese instante, puesto que lo
verdaderamente importante es el gesto que Jesús tuvo con nosotros. Podemos
contemplar un bello rostro, sereno, contemplativo, sin mostrar apenas gesto de
dolor, inclinado hacia el Padre y con la boca un poco entreabierta, tomando ese
último hálito de vida, esa vida que va a entregar por amor. Su cuerpo está en
tensión, sus manos muestran el dolor que está padeciendo, sus piernas empiezan
a flaquear y su pecho… su pecho está repleto de amor, está henchido de orgullo
por todos nosotros, está preparado para soltar ese último aliento, y expirar.
Tonos
cálidos, que contrarrestan la frialdad del momento; tonos que adoptarán sin
duda el dorado de sus potencias, símbolo de la divinidad del Hijo de Dios;
tonos del ocaso de un día que expira, como a Cristo se le escapa la vida; tonos
que eliminan la vitalidad de la verde arboleda del Paseo de los Basilios, la
cual contempla la imagen apesadumbrada; tonos que lo esperan en las piedras del
Puente Romano, Su puente, las cuales soportan Su dolor año tras año… en
definitiva, tonos motivados por el corazón de todos los que lo esperamos año
tras año para acompañarlo en su agonía, esperanzados y sabedores de su Gloriosa
Resurrección.
Es
Viernes Santo en Granada y por sus calles Cristo va expirando lentamente, desde
el Genil hasta las Pasiegas, pasando por las Angustias y Puerta Real. No hay
rincón de esta bendita ciudad donde no llegue su aliento, hasta Sierra Nevada y
la Alhambra ven como agota su vida al regresar por Su puente. Todos lo miramos
cautivados por Su sola presencia, capaz de llenarlo todo. Sentimos dolor a la
par que alivio al contemplar su rostro, y eso sabemos transmitírselo a la Madre
que lo acompaña sufriendo su Mayor Dolor, a quien le ofrecemos nuestro pañuelo
para enjugar esas benditas lágrimas que acarician su hermosa mejilla.
Es
Viernes Santo en Granada, y los hermanos escolapios acompañan a Nuestro Señor
en la hora nona, quedando al pie de la cruz junto a Su Madre. Es una jornada de
luces y sombras, y eso lo saben ellos mejor que nadie, llenando las calles de
luto y alegría, de muerte y resurrección, de blanco y negro.
Un
año más, es Viernes Santo en Granada.
La definición es simple: SOBRIO Y ELEGANTE. Mi más sincera enhorabuena. A ver si veo alguno por la calle y lo apalabro con el de la tienda para que me lo guarde, jeje.
ResponderEliminarPrecioso cartel e iniciativa. Enhorabuena por la labor tan divulgativa y cariñosa hacia tú Hermandad, sin duda un soplo de aire fresco.
ResponderEliminarDonde se puede conseguir
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios, animan a seguir adelante. Serafín, mi intención es ponerlos en comercios cercanos a Escolapios y algunos más céntricos. Se trata de una pequeña tirada realizada a nivel particular.
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